Entre 1900 y 1910, los vecinos de la zona de Matancilla levantaron su capilla en base a fundaciones de bolones de piedra, muros de ladrillos de adobe y revoques de barro y paja. Luego del embiste del que sería su último terremoto en 2010, los centenarios muros de la capilla ya lucían destrabados, sus fundaciones a la vista, y los revoques que alguna vez entregaron tracción a la masa de los muros, desprendidos de su lugar.

Gracias a las generosas donaciones y gestión de la comunidad de Matancilla, la parroquia de Litueche, y las manos de los nietos que construyeron la original capilla, en menos de un año la comunidad de Matancilla vio cómo la antigua construcción era demolida, y una nueva versión se alzaba en su lugar.

Ahora la madera reemplaza el adobe en la estructura de muros, pero a la vez respeta el perímetro exterior tan característico de los contrafuertes, haciendo creer a quien la visita por primera vez, que el adobe sigue siendo el material estructural. Los que pasan por contrafuertes por fuera, son en realidad las seis lucarnas  encargadas de entregar la tenue luz que tamiza la zona central de la capilla.

La principal fuente de luz es la lucarna que se abre sobre la sacristía, e ilumina en contraste la única cruz interior de la capilla, recortada en el muro que representa el ábside característico de la arquitectura eclesial clásica.

En busca de honrar el trabajo de los antepasados de la comunidad de Matancilla, y de cumplir con  un presupuesto acotado, el proyecto rescató la mayor cantidad de elementos de la capilla original, como altares y cruces pequeñas. Además, la puerta de acceso  cuenta con el dintel original que hoy luce sus vetas y color en perfecto estado.